El turismo es para Gran Canaria una actividad que condiciona nuestra economía, repercute en la calidad de vida de cientos de miles de personas, dinamiza nuestra cultura y genera un impacto significativo sobre el territorio y el
patrimonio. El Cabildo lo entiende así y por eso desde el gobierno de la isla estamos impulsando modificaciones
para favorecer un modelo de turismo sostenible que reduzca los riesgos y permita un desarrollo equilibrado que
beneficie a la mayoría social y respete el medio ambiente.
Esta nueva orientación requiere un dialogo con la representación empresarial y sindical, con los ayuntamientos,
con personas expertas y con otros interlocutores sociales vinculados o preocupados por el impacto de la industria
en la sociedad y en el medio. De ello hemos hablado en Overbookingha en esta semana. Ha sido el pistoletazo de
salida del programa de actividades puesto en marcha para conmemorar el 50 aniversario de la creación del
Patronato Provincial de Turismo, hoy Turismo de Gran Canaria.
Al cumplirse medio siglo de promoción turística del Cabildo de Gran Canaria creo que es el momento justo para
pensar en las prioridades del futuro contando con la experiencia adquirida. Desde que la Grecia clásica nos bautizó como las “Islas Afortunadas” o Roma con Plinio el Viejo que ya conocía a esta “Insula canariae” y habló bien de ella, hasta que en el siglo XX se nos reconoció como un “continente en miniatura”, pasando por la reciente proclamación orgullosa de ser “la isla de mi vida”, Gran Canaria ha aprendido a contarse a sí misma en clave turística. Esa narrativa es más que un ejercicio publicitario. Es un relato cultural, una forma de vernos y de proyectarnos. Como explicó el sociólogo John Urry, “el turismo no solo consume lugares, también los produce”. Y en ese sentido, Gran Canaria ha sabido producirse como un lugar plural, diverso y acogedor desde hace más de un siglo y medio.
Cincuenta años atrás, el Cabildo creó el Patronato Provincial de Turismo de Las Palmas. Fue una decisión valiente y visionaria. En un tiempo en el que España buscaba superar el subdesarrollo, aquel organismo profesionalizó la gestión de un sector que ya despuntaba como motor económico. Se trataba de pasar, a pesar de los limitados recursos con los que contaba, de la improvisación a la estrategia, de la propaganda a la promoción con análisis, calidad y planificación. No era un salto en el vacío: ya en 1934 el artista Néstor Martín-Fernández de la Torre, su hermano Miguel y el publicista Domingo Doreste habían impulsado el primer Centro de Iniciativas y Turismo de España. Fueron visionarios que entendieron que una isla en el Atlántico podía consolidar su papel de escala intercontinental y, con ello, un lugar de encuentro, de modernidad y de progreso.
Los resultados de esas decisiones han sido extraordinarios. Hoy el turismo representa más del 35% del PIB insular y más del 40% del empleo. En 2024 alcanzamos un récord histórico de 6.034 millones de euros en facturación, con un gasto medio de 171 euros por persona y una ocupación del 81,5%, sin necesidad de aumentar la planta alojativa. Y lo más importante: este crecimiento ha tenido reflejo en la vida de la gente. La isla alcanzó en 2024, con 404.600 personas trabajando, el nivel de empleo más alto de su historia - un 37% más que en 2015 - y una reducción del paro del 59%. Las familias ingresan más: la renta media por hogar ha crecido un 20% en la última década. El turismo ha sido, pues, mucho más que una industria: ha sido un vector de dignidad y de oportunidades.
Pero no todo es positivo, reconozco que se han producido y se siguen produciendo desajustes y excesos que
generan un malestar creciente en un sector de la población que siente que la masificación de nuestras islas -en
unas más que otras- por un crecimiento constante de visitantes, está empeorando nuestras condiciones de vida,
saturando los servicios públicos, encareciendo la vivienda y reduciendo la calidad del empleo. Las movilizaciones
sociales están reclamando que los beneficios del turismo se democraticen para compartir resultados positivos y
sacrificios. También, al mismo tiempo, que se preserven los valores naturales y patrimoniales y se evite una
afección sensible en espacios de gran valor medioambiental o cultural.
Estoy convencido de que tenemos que reorientar nuestro modelo turístico para conectar con ese sentimiento
creciente de la población que reclama vivir con dignidad, afianzando nuestra identidad, en un territorio
conservado y protegido. Y creo que estamos a tiempo de alcanzar consensos sobre las prioridades de la próxima
década.
El verdadero cambio no está en los números, sino en el enfoque. En los últimos diez años Gran Canaria ha apostado por un modelo turístico distinto: no crecer sin medida, sino gestionar mejor. No podemos seguir creciendo en número de visitantes y en superficie construida. Debemos priorizar el aumento del gasto por visitante frente al aumento constante de turistas. Estamos descentralizando la actividad y la oferta hacia los 21 municipios, logrando que el interior también se beneficie: desde 2019 los ingresos turísticos en esas zonas han crecido un 66%. Y se ha diversificado la oferta, impulsando el turismo rural, activo, gastronómico y cultural, que complementa al tradicional sol y playa.
Esta transformación conecta con una visión más global. Como escribió el economista Jeffrey Sachs, “el desarrollo
sostenible es el desafío moral de nuestro tiempo”. Y Gran Canaria lo ha entendido: ha triplicado su producción de
energías limpias desde 2015, ha alcanzado un 25% de cuota verde y cuenta con certificaciones internacionales
como Reserva de la Biosfera, Patrimonio de la Humanidad, Destino Biosphére o Destino Starlight.
El debate sobre sostenibilidad en el sector turístico no es exclusivo de Canarias. Ciudades como Venecia, Barcelona o Ámsterdam han sufrido las consecuencias de la masificación y han tenido que imponer límites al flujo de visitantes. En contraste, Gran Canaria se ha distinguido por buscar un equilibrio. Aquí no se percibe un sentimiento de turismofobia. Lo que existe es la conciencia de que debemos seguir corrigiendo excesos y equilibrando los beneficios. El reto es claro: convertir el turismo en un aliado de la sostenibilidad. No basta con no dañar; es necesario regenerar. Como sostiene Anna Pollock, referente del turismo regenerativo, “el turismo del futuro no debe limitarse a ser sostenible, debe contribuir activamente a restaurar lo que hemos perdido”.
Esto significa reforzar la soberanía hídrica, energética y alimentaria; consolidar nuestro Patrimonio Mundial y
lograr el Parque Nacional de Guguy; potenciar el producto local y el kilómetro cero; garantizar que los ingresos del
turismo lleguen también a agricultores, artesanas y pequeños empresarios; y, en definitiva, construir un modelo
donde el bienestar de las personas que aquí residimos sea tan importante como la satisfacción de las que nos
visitan.
Más allá de infraestructuras, estadísticas y certificados, lo que distingue a Gran Canaria es algo mucho más
humano: la acogida de su gente, la convivencia en paz y la seguridad. Colectivos como el LGTBI+ reconocen en esta isla un espacio seguro, libre y respetuoso, donde la diversidad no solo se tolera, sino que se celebra. Esa
hospitalidad explica la altísima fidelidad de nuestros visitantes. Porque el turista no regresa solo por el clima, la
playa o la gastronomía. Regresa porque aquí se siente en casa. Es a esta gente a la que no podemos fallar,
socializando los beneficios, regulando los usos, limitando los excesos, captando recursos para proteger, regenerar
y restaurar los ecosistemas y los servicios públicos afectados. El escritor Paul Theroux lo expresó con acierto: “el
viaje no consiste en ver nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”. Y quienes nos visitan descubren en Gran
Canaria una forma distinta de mirar y de vivir. Una relación íntima entre paisaje y paisanaje isleño.
La historia reciente demuestra que el turismo en Gran Canaria no es inmune a las crisis globales. La recesión de
2008, la quiebra de Thomas Cook, la pandemia de la COVID-19 o la inflación reciente han puesto a prueba al sector.
Pero también han mostrado su resiliencia. Lejos de hundirse, Gran Canaria ha salido más fuerte, con un tejido
empresarial más diversificado y resistente. La experiencia de estas crisis refuerza una convicción: la clave no está
en depender ciegamente del turismo, sino en integrarlo en una economía plural, donde la agricultura, la
innovación tecnológica, las industrias culturales, las economías azul y circular o las energías renovables también
tengan un papel protagonista.
El futuro del turismo en Gran Canaria pasa por varias claves: apostar por más calidad y menos cantidad, generando más recursos con menos visitantes. Seguir mejorando y modernizando las infraestructuras y los equipamientos públicos. Consolidar la diversificación territorial y de productos, para que cada municipio o comarca encuentre su espacio en la oferta global. Reforzar la soberanía energética e hídrica, de manera que el impacto de los visitantes sea compatible con la sostenibilidad del territorio. Profundizar en la democratización de los beneficios, de forma que lleguen a los sectores sociales que más lo necesitan y que más se esfuerzan. Debe también defender la implantación de una ecotasa que aporte recursos directos para adecuar las infraestructuras al crecimiento poblacional que provoca la industria e igualmente una Ley de residencia, el control de la vivienda vacacional la limitación de la compra de viviendas por extranjeros.
No es una tarea fácil. Pero nunca lo fue y eso no frenó a aquellos pioneros, los que crearon las primeras entidades y publicaciones, los espacios que hoy disfrutamos. El Patronato que se adelantó a la profesionalizacion y a la propia creación del ente nacional, Turespaña, una década después. Y lo es porque contamos con la experiencia, con el compromiso institucional y, sobre todo, con el carácter de nuestra gente.
El turismo ha sido, es y seguirá siendo una gran palanca de transformación de Gran Canaria. Pero lo
verdaderamente decisivo es cómo lo gestionemos en adelante. Si lo convertimos en una industria voraz, corremos
el riesgo de hipotecar nuestro futuro. Si lo entendemos como un instrumento de equidad, sostenibilidad y cultura
compartida, entonces podremos mirar con confianza hacia las próximas décadas.
Gran Canaria no puede ni debe convertirse en un destino masificado y despersonalizado. Debe seguir siendo lo que ya es: un lugar que invita a vivir con plenitud, que cuida de su entorno y de su gente, que recibe al mundo sin
renunciar a su identidad. En definitiva, Gran Canaria no es solo un destino turístico. Es un proyecto colectivo. Es,
como decimos con orgullo, la isla de nuestra vida.
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